martes, 8 de noviembre de 2011

Momentos


Tu mirada se topó con la mía y pude observar los años que habían pasado desde aquel día. ¿Lo recuerdas amor? Estaba sentada en las escaleras de mi casa, mi padre había regresado borracho nuevamente y lloraba por las marcas en mis brazos. Me ofreciste un pañuelo y te sentaste a mi lado, sin sonrisas, sin preguntas falsas, sólo te sentaste y esperaste a que acabara. No dijiste nada por dos horas y una vez mis lagrimas dejaron de caer, te levantaste y caminaste hacia tu casa. Te odié por eso y al mismo tiempo no pude evitar quererte.
Encuentros fortuitos y silenciosos como esos se repitieron a lo largo de nuestra historia, maravillosos momentos arrebatados al tiempo en los que pude ser libre y aprendí a soñar de nuevo.  Siempre a mi lado, incluso cuando dejé mi hogar y abandoné el pueblo en busca del cambio. Arreglaste mi estancia con una tía en la ciudad y me visitabas de vez en cuando para asegurarte de que no me faltara nada.
Poco a poco te convertiste en mi príncipe, en mi sueño, en mi pasión, sin embargo, tu silencio me desconcertaba. No fue hasta una noche, de muchas tantas, sentados en el balcón que se te escapó un tímido “te quiero”. Mi corazón latió tan fuerte como el día de nuestra boda y te regalé el primer beso que dieron mis labios.
Me asombro al percatarme de lo mucho que nos han cambiado los años desde entonces: la suavidad dio paso a las arrugas, el vigor al cansancio, el color al blanco, la pasión al cariño, el trabajo al descanso; más nuestro amor se mantuvo y se mantiene vivo incluso ahora, a pesar de que la salud diera paso a la enfermedad, a pesar del dolor que siento, a pesar de lo que sé que sucederá.
Los doctores entran al cuarto, esta vez no me piden que salga, saben que no falta mucho y no quieren privarme del último momento a tu lado, tan silencioso como el primero. Las lágrimas recorren mi rostro y mis manos sujetan las tuyas a pesar de que no reciben respuesta. Aunque no quiero que te vayas, hago un esfuerzo por sonreír, no quiero que me veas triste y te preocupes por mí, no quiero perturbar tu viaje por lo que repito una y otra vez los versos que nos susurramos tantas veces y te acerco lo más que puedo a mi ser, no quiero olvidar tu aroma, tu sabor, no quiero perder tu esencia ni tu calor.
Mis ojos se topan con los tuyos y me observas como esa primera vez en las escaleras, sonríes para mí como esa noche en el balcón y pronuncias aquellas palabras dulces que no necesitaste para entrar en mi corazón: “te amo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario