Tu mirada se topó con la mía y pude
observar los años que habían pasado desde aquel día. ¿Lo recuerdas amor? Estaba
sentada en las escaleras de mi casa, mi padre había regresado borracho
nuevamente y lloraba por las marcas en mis brazos. Me ofreciste un pañuelo y te
sentaste a mi lado, sin sonrisas, sin preguntas falsas, sólo te sentaste y
esperaste a que acabara. No dijiste nada por dos horas y una vez mis lagrimas
dejaron de caer, te levantaste y caminaste hacia tu casa. Te odié por eso y al
mismo tiempo no pude evitar quererte.
Encuentros fortuitos y silenciosos
como esos se repitieron a lo largo de nuestra historia, maravillosos momentos
arrebatados al tiempo en los que pude ser libre y aprendí a soñar de
nuevo. Siempre a mi lado, incluso cuando
dejé mi hogar y abandoné el pueblo en busca del cambio. Arreglaste mi estancia
con una tía en la ciudad y me visitabas de vez en cuando para asegurarte de que
no me faltara nada.
Poco a poco te convertiste en mi
príncipe, en mi sueño, en mi pasión, sin embargo, tu silencio me desconcertaba.
No fue hasta una noche, de muchas tantas, sentados en el balcón que se te
escapó un tímido “te quiero”. Mi corazón latió tan fuerte como el día de
nuestra boda y te regalé el primer beso que dieron mis labios.
Me asombro al percatarme de lo mucho
que nos han cambiado los años desde entonces: la suavidad dio paso a las
arrugas, el vigor al cansancio, el color al blanco, la
pasión al cariño, el trabajo al descanso; más nuestro amor se mantuvo y se
mantiene vivo incluso ahora, a pesar de que la salud diera paso a la
enfermedad, a pesar del dolor que siento, a pesar de lo que sé que sucederá.
Los doctores entran al cuarto, esta
vez no me piden que salga, saben que no falta mucho y no quieren privarme del
último momento a tu lado, tan silencioso como el primero. Las lágrimas recorren
mi rostro y mis manos sujetan las tuyas a pesar de que no reciben respuesta.
Aunque no quiero que te vayas, hago un esfuerzo por sonreír, no quiero que me
veas triste y te preocupes por mí, no quiero perturbar tu viaje por lo que
repito una y otra vez los versos que nos susurramos tantas veces y te acerco lo
más que puedo a mi ser, no quiero olvidar tu aroma, tu sabor, no quiero perder
tu esencia ni tu calor.
Mis ojos se topan con los tuyos y me
observas como esa primera vez en las escaleras, sonríes para mí como esa noche
en el balcón y pronuncias aquellas palabras dulces que no necesitaste para
entrar en mi corazón: “te amo”.
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