jueves, 10 de noviembre de 2011
Gritar en silencio
Dejame gritar en silencio hasta que mis pensamientos se calmen y mis oidos descansen de los lamentos que surgen en mi interior...
miércoles, 9 de noviembre de 2011
Cada despertar
El sonido del reloj despertador me recordó que debía ir a la escuela. El sol no había salido aún de su escondite nocturno cuando abrí los ojos. Todo lo que podía ver eran las sombras deformes de los objetos a mi alrededor, como temibles monstruos acechándome en la oscuridad. Respire hondo, cerré los ojos y corrí lo más rápido que pude al interruptor al lado de la puerta. Este recorrido lo había hecho tantas veces que mis pies conocían perfectamente el camino y era imposible que chocaran contra algo a su paso. Llegue agitada al otro lado del pequeño cuarto y con un pequeño salto encendí la luz. Gire rápidamente y pegue mi espalda a la fría pared, esta vez casi me atrapan. Respiré más tranquila y recorrí con la mirada los ahora amigables muebles que estaban ante mí. Me reproché, como tantas veces antes, lo cobarde que era.
martes, 8 de noviembre de 2011
Momentos
Tu mirada se topó con la mía y pude
observar los años que habían pasado desde aquel día. ¿Lo recuerdas amor? Estaba
sentada en las escaleras de mi casa, mi padre había regresado borracho
nuevamente y lloraba por las marcas en mis brazos. Me ofreciste un pañuelo y te
sentaste a mi lado, sin sonrisas, sin preguntas falsas, sólo te sentaste y
esperaste a que acabara. No dijiste nada por dos horas y una vez mis lagrimas
dejaron de caer, te levantaste y caminaste hacia tu casa. Te odié por eso y al
mismo tiempo no pude evitar quererte.
Encuentros fortuitos y silenciosos
como esos se repitieron a lo largo de nuestra historia, maravillosos momentos
arrebatados al tiempo en los que pude ser libre y aprendí a soñar de
nuevo. Siempre a mi lado, incluso cuando
dejé mi hogar y abandoné el pueblo en busca del cambio. Arreglaste mi estancia
con una tía en la ciudad y me visitabas de vez en cuando para asegurarte de que
no me faltara nada.
Poco a poco te convertiste en mi
príncipe, en mi sueño, en mi pasión, sin embargo, tu silencio me desconcertaba.
No fue hasta una noche, de muchas tantas, sentados en el balcón que se te
escapó un tímido “te quiero”. Mi corazón latió tan fuerte como el día de
nuestra boda y te regalé el primer beso que dieron mis labios.
Me asombro al percatarme de lo mucho
que nos han cambiado los años desde entonces: la suavidad dio paso a las
arrugas, el vigor al cansancio, el color al blanco, la
pasión al cariño, el trabajo al descanso; más nuestro amor se mantuvo y se
mantiene vivo incluso ahora, a pesar de que la salud diera paso a la
enfermedad, a pesar del dolor que siento, a pesar de lo que sé que sucederá.
Los doctores entran al cuarto, esta
vez no me piden que salga, saben que no falta mucho y no quieren privarme del
último momento a tu lado, tan silencioso como el primero. Las lágrimas recorren
mi rostro y mis manos sujetan las tuyas a pesar de que no reciben respuesta.
Aunque no quiero que te vayas, hago un esfuerzo por sonreír, no quiero que me
veas triste y te preocupes por mí, no quiero perturbar tu viaje por lo que
repito una y otra vez los versos que nos susurramos tantas veces y te acerco lo
más que puedo a mi ser, no quiero olvidar tu aroma, tu sabor, no quiero perder
tu esencia ni tu calor.
Mis ojos se topan con los tuyos y me
observas como esa primera vez en las escaleras, sonríes para mí como esa noche
en el balcón y pronuncias aquellas palabras dulces que no necesitaste para
entrar en mi corazón: “te amo”.
Esa promesa
El clamor de la batalla se
extiende por toda la costa, no hemos escuchado nada más que disparos, gritos y
llanto en toda la semana que llevamos defendiendo nuestra posición. Si los
refuerzos no llegan esta noche, temo que nadie podrá escribir el reporte a los
superiores. Un escalofrío recorre mi espalda al pensar en mi propia muerte. El
miedo me hace caer de rodillas en la mezcla de arena, pólvora y partes humanas
sobre la que me encuentro.
Sólo ella me mantiene con vida.
Pienso en ti para sacudir el terror del campo de batalla y obligarme a recordar
mi promesa: “No me iré sin volver a verme reflejado en tus ojos”. No puedo
morir, no pienso abandonar este mundo sin cumplirla. Sólo basta tu recuerdo
para recuperar la fuerza perdida. Salto al ataque dispuesto a acabar con el
batallón enemigo, pero no logro apretar el gatillo ni una vez antes de que todo
se oscurezca. Una explosión resuena en mis oídos antes de perder la conciencia.
El remolino en el que me
encuentro me arrastra a mi infancia, donde te vi por primera vez. Tus padres
pelearon y mi madre decidió acogerte en nuestra casa. Supe que serías mía desde
que te vi entrar por la puerta. Supe que tus ojos verdes y tus tersos labios serían
heredados por nuestros hijos. Lo supe, pero en aquel momento no pude hacer nada
más que quedarme ahí y contemplarte. Pasaron semanas hasta que pude hablarte.
Otro recuerdo se interpone al
primero, mi adolescencia. Me peleo con alguien que te ha faltado al respeto
mientras un grupo de gente nos rodea y grita emocionada a cada golpe. Voy
ganando hasta que veo tu rostro decepcionado entre la multitud, el dolor se ve
reflejado en tus ojos. Me congelo por el tiempo necesario para que mi oponente
me noquee y gane la contienda. Nunca te dije como inicio todo.
Ahora tengo dieciocho años. Estoy
sentado en mi habitación escuchando tu llanto ahogado por alguien que no supo
apreciar tu cariño. Cada lágrima que toca tu almohada ocasiona que mi corazón
arda quemando mi pecho. ¡Estoy harto de compartirte! No permitiré que nada ni
nadie vuelva a herirte. Me pongo de pie y camino a tu cuarto, abro la puerta y
entro. Levantas el rostro hinchado y, antes de que ninguno de los dos sepa que
está pasando, mis labios tocan los tuyos y nos fundimos en un beso.
Los años siguientes pasan
rápidamente en mi mente: nuestra boda, nuestro hijo, la carta solicitando mi
presencia en la guerra. Tratas de disuadirme para no ir, pero debo hacerlo,
quiero asegurar un futuro para nuestro hijo. Justo antes de partir hago una
promesa y te abrazo con fuerza. A pesar del dolor, te dejo atrás. Ahora sólo
hay sangre, dolor y muerte.
El remolino se disuelve y abro
los ojos, estoy acostado en una camilla. Me duele todo el cuerpo y alguien está
hablando cerca de mí: “Este ha corrido con suerte, se irá a casa con sólo un
brazo roto”. Siento el yeso en el brazo y lágrimas de felicidad escurren por
mis mejillas: regreso a tu lado.
Bajo del avión y sigo a los
oficiales al coche, colocan el equipaje en la cajuela mientras me acomodo en el
asiento de atrás. Saco tu fotografía de mi bolsillo izquierdo y la contemplo todo
el camino.
Mis ojos vuelven a humedecerse al
ver nuestra casa enmarcada por el sol poniente y la reja abrirse para dejarnos
entrar. Soñé con esto tantas veces mientras estuve lejos que me pellizco para
asegurarme de que está pasando realmente. El dolor en el brazo me impulsa a
saltar del coche antes de que se detenga por completo y corro con todas mis
fuerzas a tocar la puerta.
No hay respuesta. Espero unos
segundos y vuelvo a intentarlo, pero el resultado no cambia. Empiezo a
preocuparme y decido rodear la casa en busca de una ventana iluminada. Antes de
que me aleje mucho, los oficiales se acercan y tocan el timbre. Se escuchan
pasos en las escaleras y la puerta se abre.
Corro a tu encuentro, pero me
detengo a unos pasos de ti al escuchar el dolor desgarrador en tu llanto. Mis
ojos se desvían a una carta que tienes en las manos. No entiendo que pasa. Me
acerco tímidamente e intento decirte que todo está bien, pero ninguna palabra abandona
mis labios. Levantas la mirada y me observas sin saber que lo haces, me veo
reflejado en tus ojos una vez más y el mundo se colapsa a mi alrededor. La
oscuridad me absorbe nuevamente y un “lo siento” se pierde en el aire, sofocado
por tu llanto mientras sujetas lo único que quedó de mí tras la explosión: tu
fotografía.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)