martes, 8 de noviembre de 2011

Esa promesa


El clamor de la batalla se extiende por toda la costa, no hemos escuchado nada más que disparos, gritos y llanto en toda la semana que llevamos defendiendo nuestra posición. Si los refuerzos no llegan esta noche, temo que nadie podrá escribir el reporte a los superiores. Un escalofrío recorre mi espalda al pensar en mi propia muerte. El miedo me hace caer de rodillas en la mezcla de arena, pólvora y partes humanas sobre la que me encuentro.
Sólo ella me mantiene con vida. Pienso en ti para sacudir el terror del campo de batalla y obligarme a recordar mi promesa: “No me iré sin volver a verme reflejado en tus ojos”. No puedo morir, no pienso abandonar este mundo sin cumplirla. Sólo basta tu recuerdo para recuperar la fuerza perdida. Salto al ataque dispuesto a acabar con el batallón enemigo, pero no logro apretar el gatillo ni una vez antes de que todo se oscurezca. Una explosión resuena en mis oídos antes de perder la conciencia.
El remolino en el que me encuentro me arrastra a mi infancia, donde te vi por primera vez. Tus padres pelearon y mi madre decidió acogerte en nuestra casa. Supe que serías mía desde que te vi entrar por la puerta. Supe que tus ojos verdes y tus tersos labios serían heredados por nuestros hijos. Lo supe, pero en aquel momento no pude hacer nada más que quedarme ahí y contemplarte. Pasaron semanas hasta que pude hablarte.
Otro recuerdo se interpone al primero, mi adolescencia. Me peleo con alguien que te ha faltado al respeto mientras un grupo de gente nos rodea y grita emocionada a cada golpe. Voy ganando hasta que veo tu rostro decepcionado entre la multitud, el dolor se ve reflejado en tus ojos. Me congelo por el tiempo necesario para que mi oponente me noquee y gane la contienda. Nunca te dije como inicio todo.
Ahora tengo dieciocho años. Estoy sentado en mi habitación escuchando tu llanto ahogado por alguien que no supo apreciar tu cariño. Cada lágrima que toca tu almohada ocasiona que mi corazón arda quemando mi pecho. ¡Estoy harto de compartirte! No permitiré que nada ni nadie vuelva a herirte. Me pongo de pie y camino a tu cuarto, abro la puerta y entro. Levantas el rostro hinchado y, antes de que ninguno de los dos sepa que está pasando, mis labios tocan los tuyos y nos fundimos en un beso.
Los años siguientes pasan rápidamente en mi mente: nuestra boda, nuestro hijo, la carta solicitando mi presencia en la guerra. Tratas de disuadirme para no ir, pero debo hacerlo, quiero asegurar un futuro para nuestro hijo. Justo antes de partir hago una promesa y te abrazo con fuerza. A pesar del dolor, te dejo atrás. Ahora sólo hay sangre, dolor y muerte.
El remolino se disuelve y abro los ojos, estoy acostado en una camilla. Me duele todo el cuerpo y alguien está hablando cerca de mí: “Este ha corrido con suerte, se irá a casa con sólo un brazo roto”. Siento el yeso en el brazo y lágrimas de felicidad escurren por mis mejillas: regreso a tu lado.
Bajo del avión y sigo a los oficiales al coche, colocan el equipaje en la cajuela mientras me acomodo en el asiento de atrás. Saco tu fotografía de mi bolsillo izquierdo y la contemplo todo el camino.
Mis ojos vuelven a humedecerse al ver nuestra casa enmarcada por el sol poniente y la reja abrirse para dejarnos entrar. Soñé con esto tantas veces mientras estuve lejos que me pellizco para asegurarme de que está pasando realmente. El dolor en el brazo me impulsa a saltar del coche antes de que se detenga por completo y corro con todas mis fuerzas a tocar la puerta.
No hay respuesta. Espero unos segundos y vuelvo a intentarlo, pero el resultado no cambia. Empiezo a preocuparme y decido rodear la casa en busca de una ventana iluminada. Antes de que me aleje mucho, los oficiales se acercan y tocan el timbre. Se escuchan pasos en las escaleras y la puerta se abre.
Corro a tu encuentro, pero me detengo a unos pasos de ti al escuchar el dolor desgarrador en tu llanto. Mis ojos se desvían a una carta que tienes en las manos. No entiendo que pasa. Me acerco tímidamente e intento decirte que todo está bien, pero ninguna palabra abandona mis labios. Levantas la mirada y me observas sin saber que lo haces, me veo reflejado en tus ojos una vez más y el mundo se colapsa a mi alrededor. La oscuridad me absorbe nuevamente y un “lo siento” se pierde en el aire, sofocado por tu llanto mientras sujetas lo único que quedó de mí tras la explosión: tu fotografía.

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