El sonido del reloj despertador me recordó que debía ir a la escuela. El sol no había salido aún de su escondite nocturno cuando abrí los ojos. Todo lo que podía ver eran las sombras deformes de los objetos a mi alrededor, como temibles monstruos acechándome en la oscuridad. Respire hondo, cerré los ojos y corrí lo más rápido que pude al interruptor al lado de la puerta. Este recorrido lo había hecho tantas veces que mis pies conocían perfectamente el camino y era imposible que chocaran contra algo a su paso. Llegue agitada al otro lado del pequeño cuarto y con un pequeño salto encendí la luz. Gire rápidamente y pegue mi espalda a la fría pared, esta vez casi me atrapan. Respiré más tranquila y recorrí con la mirada los ahora amigables muebles que estaban ante mí. Me reproché, como tantas veces antes, lo cobarde que era.
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